el proyecto + PARA PROFUNDIZAR + 1998 - su historia se escribe en la calle
de André Stuer
Hace mucho tiempo su historia se escribió en las estrellas.
Es la historia de un pueblo de orígenes misteriosos que miraba el cielo desde lo alto de observadores y templos construídos dentro de magníficas ciudades, en el corazón de las selvas tropicales.
Este pueblo, los Mayas, sabían todo sobre calendarios solares, sobre la luna y sobre Venus y habían inventado la escritura.
Hoy, esta civilización misteriosamente ha desaparecido... sin embargo queda un pueblo irreducible que la conquista española y las colonizaciones más recientes no han podido abatir. La colonización económica de los Estados Unidos, dictadores militares, explotación por parte de los latifundistas, lo ha convertido en un pueblo desnudo, humillado, martirizado, incluso hasta la muerte. Pero este pueblo ha sabido consevar su propia identidad. Es fuerte. Quizá sea más invisible en su modo de vestir y de vivir, en un humorismo que les permite esquivar a los explotadores de hoy burlándose de los invasores de ayer.
Los Mayas han coservado sus creencias ancestrales y los han introducido en el culto católico. No es raro encontrar en una capilla aislada e incluso en iglesias, como aquella de Chichicastenango, estas prácticas del pueblo maya. Chichicastenango tiene uno de los mercados más importantes de Guatemala donde los turistas vienen a admirar la increíble riqueza de los vestidos, de los tejidos y otros objetos artesanales.
El mercado turístico esconde otro mercado donde los indigenas se reúnen para entercambiar los productos que necesiten, es menos colorido pero lleno de aromas y de vivencias. Detrás de su comportamiento, a simple vista dócil y pasivo, se descubre una profunda capacidad de resistencia.
Este pueblo sabe resistir.
Se debe saber lo que ha sucedido tras los tristes muros de los cuarteles y de las cárceles, se deben recorrer las mesetas y contemplar con emoción los martirios de la iglesia para entrever el costo de sangre y de vidas humanas de la resistencia o la revolución.
¿Es quizá oportuno recordar el etnocidio producido por el ejército en los años ’80: 150.000 civiles massacrados, muchas de las veces, después de torturas y violaciones; más de un millón de desterrados; 450 montañas arradas?
Hoy Guatemala parece una democracia, pero es siempre llevada por los viejos demonios, militares nostágicos de una dictadura, sometidos como siempre a las grandes potencias económicas.
La iglesa católica parece la única institución capaz de mantener la cabeza más alta que el ejército. Las conclusiones de la comisión de los derechos humanos, por fundada por la iglesia, son claras contra el régimen, tanto es así que dos días después de su publicación, su presidente, el obispo Gerardi, fue salvajemente asesinado. La investigación como siempre cubre a los culpables.
Es muy fuerte la presencia de las mujeres en el grupo de concienciación y resistencia. Fueron sus hombres los desaparecidos o asesinados y, la mayoría de las veces, es este el orígen de los movimientos de protesta y resistencia.
Además a Guatemala no le faltan riquezas. Están en las manos de unos pocos, y las tienen con descaro en el barrio de los bancos y en las zonas residenciales donde están bien protegidas por guardias armados. En la ciudad todos los contrastes se juntan. Para sobrevivir, se agarraran a cualquier cosa. Muchos van a la capital en busca de la salvación... y encuentran el hacinamiento, una urbanización salvaje que no respeta las reglas más elementares de higiene y de seguridad. Son barrancos que rodean a la ciudad y se acumulan en las proximidades de cuevas, trampas mortales cuando tiembla la tierra o llueve en abundacia.
El tráfico nos muestra la violación a la naturaleza: no hay espacio para ella. La carretera es el espejo de la vida de Guatemala, lugar de inseguridad, violencia, asesinatos...
Es eso lo que ha percibido Gerardo Lutte hace algún año, cuando su trabajo con los jóvenes de la calle le permitió descubrir sus riquezas y sus necesidades. La intuición nos lleva a pensar que el proyecto no podía construirse partiendo de ellos, con ellos, en medio de estos lugares donde viven, de estos grupos siempre en movimiento donde crecen, donde son machacados, a veces amenazados, asesinados o destruídos poco a poco con el solvente que inhalan todo el día para olvidar el hambre, la humillación y los miedos.
Se encuentran en varios lugares del centro de la ciudad: parque central, Concordia o Colombo, el puente, el noveno curso, la 18 calle. Por la mañana se despiertan con dificultad, se saludan, se cuentan, van en busca de cualquier cosa para comer, que es la preocupación prioritaria en la calle.
De algunos grupos salen líderes que aceptan ser animadores de sus compañeros y compañeras. Aquí intentan expresar simbólicamente el espíritu del movimiento, en una reunión con adultos, con Anabel, Lucy, José, Mirna y Estuard.
De vez en cuando, al final de la semana, un grupo sale de la ciudad. El día inicia con algún juego para relacionarse, con actividades deportivas, y después hay un momento donde se habla del proyecto del movimiento: cada uno expresa cómo se siente y por qué se siente bien en el grupo. Después está la convivencia en el almuerzo, antes de otras actividades.
En el parque central, sin embargo, cerca del viejo edificio presidencial, el teatro al aire libre está yendo bien para ellos: ¿pero para cuánto tiempo?
Los bebés son sus “joyas”, deseados o no cuando llegan, sus madres y padres les dan lo mejor: una simple manta o una caja de cartón... y así se convierten en sus príncipes y princesas. Un cartón como cuna no es lujo pero lo reciben también mucho afecto; el ruido de la calle es infernal, pero no falta la ternura. Se ve a los padres de la calle desplegar tesoros de paciencia y amor en circustancias, como no, precarias.
La calle es difícil para vivir, pero tiene sus alegrías, sus momentos de acercamiento, sus expresiones, su convivencia. Y es siempre una victoria no caer en la deseperanza, la droga, la violencia y la prostitución.
Las discusiones, los encuentros, la participación en manifestaciones les guían progresivamente a tomar conciencia de pertenecer a un movimiento, a querer ser parte de él, a aceptar ciertas exigencias y a participar. Están elaborando la normas del movimiento con discusiones, puestas en común, todo mediante votación.
Pero para desarrollarse el movimiento necesitaba un lugar para reunirse, afabetizar, dar de comer, tener duchas y aseos, promover también pequeños proyectos en los que los jóvenes se conviertan en los actores de su propia evolución. En el corazón de la ciudad, una vieja casa del ’29 ha sido reestructurada por los mismos jóvenes. Ahora queda por terminar la cocina y varios talleres que serán medios para salir de la violencia, de la droga y para quien quiera, también de la calle.
Y en el momento de las despedidas, por muy poco que se haya convivido con ellos, os dirá cuánto contáis en sus vidas.
Así habla Rigoberta Menchú, prestigiosa líder maya: “ Lo que necesitamos realmente es simplemente la libertad de existir, de desarrollar nuestra cultura y redescubrir el sentido de nuestra historia.